Para conocer el origen de la pasta dental debemos remontarnos 4.000 años atrás en el tiempo. La primera constancia que se tiene de la pasta de dientes la encontramos en un manuscrito Egipcio del siglo IV a.C. Era muestra de urbanidad y buena crianza mostrar dientes blancos y alineados. Entre los remedios estaba el clister o lavativa dental tras cada comida.
Esta primera pasta dental estaba elaborada con pimienta, polvo de sal, iris, hojas de menta y flores que le otorgaban un fuerte olor y sabor. También se le podía añadir mirra, cáscara de huevo machacada, uñas de buey y piedra pómez.
En la antigua Persia, alrededor del año 550 a. C., también era costumbre limpiarse los dientes y fue una práctica higiénica común. El aseo y limpieza de la boca no era algo ajeno al aseo del cuerpo. Los antiguos persas elaboraban una mezcla de tintura y agua boratada que aplicaban sus dientes y encías con un pincel. Accediendo así a todos los rincones y recovecos de la boca, incluidos los espacios interdentales.
Más adelante, el geógrafo e historiador griego Estrabón (63 a.C. – 19 a.C.) explica en el tercer libro de su Geografía cómo los íberos se enjuagaban la boca con orina a fin de preservar la firmeza de sus dientes, costumbre que también compartían con los celtas y pueblos germánicos, y que llegaba incluso hasta Siberia.
En la antigua Grecia, del mismo modo, los griegos también utilizaban la orina humana como dentífrico. Prueba de ello es que en alguna obra del naturalista latino del siglo I, Plinio el Viejo (23 – 79), se asegura que no había mejor remedio contra las caries.
En la antigua Roma se vendía en frascos la orina lusitana porque tenía fama de ser la más fuerte y efectiva. A modo de primitiva crema dental, y restregaban los dientes empapando en ella un pequeño manípulo de algodón: la de orina lusitana para limpiar dientes es una de las primeras denominaciones de origen de la Antigüedad. Dioscórides Pedáneo (40 – 90), botánico griego del siglo I, habla en su tratado Corpus Hipocraticum de cierto dentífrico hecho con leche de mujer utilizado en Roma, donde era habitual el cuidado de la dentadura.
En la antigua China, antes de que los dentistas chinos inventaran el cepillo de dientes, empleaban huesos y espinas de pescados para limpiar la dentadura. Algo un poco primitivo pero que forma parte de la historia de la pasta de dientes. Como curiosidad, el empleo de la orina para lavar los dientes en algunos lugares ha llegado incluso hasta nuestros tiempos. Da fe de ello el hecho que todavía en el siglo XX pastores y curanderos siguen recomendándola. Incluso el mismo padre de la odontología moderna, el francés Pierre Fauchard (1678 – 1761), aconsejaba su uso en el siglo XVIII porque a pesar de parecer un remedio repulsivo, era muy efectivo. Después de este paréntesis, sigamos con el orden cronológico de la historia de la pasta dental.
El inventor de la pasta dental
El médico romano del siglo I, Escribonius Largus, fue de hecho quien inventó la pasta de dientes hace 2.000 años. Su fórmula magistral era una mezcla de vinagre, sal, miel y cristal machacado.
Escribonius era el médico del emperador Claudio (10 a.C – 54), a quien acompañaba en sus expediciones y conquistas, y escribió un tratado, Sobre la composición de los medicamentos, donde daba más de trescientas fórmulas, muchas de ellas reproducidas por Galaeno de Pérgamo, más conocido por Galeno (129 – 201).
Evolución de la pasta dental
Entre los árabes, limpiarse los dientes era parte del ritual; un musulmán debe limpiarse los dientes con el siwak antes de morir para que el espíritu se presente limpio ante Alá. Mahoma lo hacía todas las noches: cuenta la tradición que estando en su lecho de muerte pidió a su sirviente Zayd ben Halid, nombrado “señor del mondadientes”, que le trajera una especie de palito biselado llamado miswak, nombre árabe de la salvadora pérsica.
Acaso del cuidado puesto por Mahoma en el tratamiento de sus dientes derive el interés de la Medicina islámica medieval por las piezas dentales. Los árabes dieron una gran importancia a la salud bucal y sobre todo al cuidado de los dientes. El médico cordobés del siglo IX, Ibn Aviv, recomienda en su Compendio de medicina: “Limpia los dientes a fin de extirpar los restos de comida, y enjuágate la boca, porque su cuidado es salud”. También el médico medieval sevillano Ibn Zuhr o Avenzoar (1091 – 1161) aconseja en su Kitab al-Ikqtisad, tratado de medicina y cosmética: “Conserva el vigor de tus dientes, conserva su blancura y su brillo; lava la boca con agua de llantén y de rosas”.
Hacia el siglo XI el toledano Ibn Wafid, o Abenguefit, en su Libro de la almohadao Kitab al-Wisad, aconseja cómo elaborar un dentífrico: “Hojas de menta, de albahaca, de membrillo, de melocotón, con una cantidad doble de hojas de rosa, y tierra jabonera de Toledo más hojas de cidra: se pulveriza todo, se pasa por tamiz y se usa”.
En la Edad Media poca gente tenía la costumbre de limpiarse los dientes. Tarea o trabajo destinado al dentista más que a la iniciativa personal. En la Edad Media los “maestros de curar dientes y sacar muelas” contaban con raspadores para eliminar el tártaro o sarro dental y aplicar polvos dentífricos.
El heredero de la Corona de Aragón, Juan I de Aragón (1350 – 1396), príncipe de Gerona, ordenaba a su oficial de cámara lo siguiente: “Mandad enseguida al quexaler(dentista) del señor rey y que traiga todos los instrumentos y polvos precisos, por tener Nos necesidad de limpiarnos los dientes”.
En el siglo XVI, se conoce que los Mayas utilizaban sustancias de origen animal y vegetal para el aseo de los dientes. Así lo explica en 1557 el cronista de Indias y misionero Bernardino de Sahagún (1500 -1590) habla del chicle prieto, es decir, negro, usado entre otros fines para limpiar o blanquear los dientes en su Historia general de las cosas de Nueva España un producto llamado chapaputli o chacmun (Rauwolfia heterophyla Willad): “Es un betún que sale de la mar y es como la pez de Castilla que fácilmente se deshace y el mar lo echa de sí como las hondas… es oloroso y apreciado entre las mujeres tráenlo (sic) en la boca para que no les hieda”.
En el siglo XVII, se conoce que en algunas zonas de América se empleaba a modo de pasta dental una mezcla elaborada con un polvillo machacando cáscaras de huevo quemadas, o coral: ponían un poco de ese polvo en un pedacito de tela y se frotaba los dientes con ello.
La areca fue aprovechada en Oriente con ese fin; de ella se hizo una crema dental excelente mezclándola con hojas del betel y la cal resultante del molido de conchas de moluscos, mejunje del que se obtenía el buyo o chicle masticable que mantenía los dientes limpios, blancos y relucientes, y alejaba el mal aliento.
También las tribus negras del Alto Nilo emplean como dentífrico las cenizas resultantes de la quema de excremento de vaca, con lo que obtienen la reluciente blancura de sus dientes.
Debe recordarse aquí que entre los primeros usos dados al azúcar de caña en Europa destaca el de emplearla como dentífrico, recomendación que hacía en el XVIII el médico inglés Frederick Slare (1647 – 1727).
Historia de la pasta de dientes moderna
Los orígenes de las pastas dentales modernas los encontramos en el siglo XVIII. Llegado el año 1842, un dentista cuyo nombre era Peabody tuvo la idea de añadir un tipo de jabón a la pasta dental. A partir de este punto cada pocos años se lograba mejorar la fórmula de la crema dental.
En 1850 John Harris agregó un nuevo ingrediente, la tiza. Y en el año 1873, Colgate produjo en masa el primer dentífrico que se lanzó al mercado. Su presentación era en forma de polvo y envasado en un frasco de vidrio. Todo un cambio dentro de la historia de la crema dental.
En 1892, el Doctor Washington Sheffield Wentworth (1827 – 1897), un farmacéutico y cirujano dental inventó la primera pasta de dientes tal y como la conocemos hoy, es decir, dentro de un tubo plegable. El Dr. Sheffield bautizó su pasta dentífrica con el nombre de Creme Dentifrice. La idea surgió de su hijo Lucius, aficionado a la pintura, que viendo lo práctico de los envases de los colores decidió aplicarlo, naciendo así el primer tubo de pasta dental.
En el año 1896, la empresa Colgate Dental Cream, al ver la practicidad e higiene de este método, copió el sistema del Dr. Sheffield y comenzó a envasar su pasta de dientes en tubos plegables. Haciendo también una gran campaña publicitaria de su producto.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los muchos avances conseguidos en detergentes sintéticos propiciaron que se pudiera sustituir el jabón utilizado en la pasta dental por agentes emulsionantes como el ricinoleato sódio y el laurilsulfato de sodio.
Llegado el siglo XX, en el año 1901, el dentista norteamericano de la ciudad de Colorado Springs, Frederick McKay, inició una investigación con el flúor para solventar las manchas de café y otros alimento que muchos de sus pacientes tenían en sus piezas dentales, pese a tenerla limpias y sanas. Estas manchas pasaron a conocerse dentro del mundo de la odontología como la Mancha de Café de Colorado.
En 1909, se unió a la investigación de esta misteriosa dolencia el popular Doctor G.V. Black. Felizmente, en 1914 consiguen encontrar la fórmula adecuada y nace la primera pasta de dientes fluorada.
Llegado el año 1955, la American Dental Association (ADA), reconocen la eficiencia de las pastas dentales Crest, que naturalmente coparon el mercado y eran reconocidas como las mejores en esa época.
A partir de ese momento la evidente evolución tecnológica y científica de las pastas de dientes hace que en la actualidad existan en el mercado una amplísima gama de productos para limpiar los dientes. Existen de todos los colores, textura, sabores, precios y modo de presentación. Todo ello para satisfacer al cada vez más exigente consumidor.
La pasta de dientes actual es una receta sencilla: Polvo de tiza para pulir la dentadura; detergente espumoso para limpiarla; el fluoruro, un producto químico para conservar los dientes; y una sustancia gelatinosa hecha de algas para unir los ingredientes
La pasta dentífrica ha experimentado muchos cambios a lo largo de la historia. Algunos un poco extraños. Como curiosidad, en los años 1960 hubo pasta de dientes roja conseguida mediante tintura de cochinilla que se llamó El Torero, cuya particularidad estribó en enrojecer las encías y resaltar por contraste el blanco de los dientes.
Fuente: Curioesfera
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