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EL BLOG DE LA CLÍNICA

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  • Foto del escritorDoctora Rodríguez Muñoz

Leonor de Aquitania, la reina culta que murió conservando toda la dentadura

¿Es posible morir sin perder un solo diente? Aunque se acostumbra a pensar que su caída en la vejez es algo natural, las piezas dentales están destinadas a durar toda la vida e incluso más allá de ella, siempre que se mantenga un buen cuidado de la salud bucodental.


Un ejemplo de ello fue Leonor de Aquitania de quien se dice que “no perdió un solo diente y murió sin un solo lamento”. Esta noble medieval francesa que fue reina consorte dos veces (de Francia entre 1137-1152 y de Inglaterra entre 1154-1189), además de adelantada a su tiempo, supuso todo un enigma para la medicina. En su infancia estuvo hospitalizada durante años por una extraña enfermedad, de la que se recuperó pese a que los médicos la daban por perdida. Diez años después le diagnostican esterilidad pero, también sorprendentemente, tuvo 10 hijos y murió conservando intacta toda su dentadura pese a que los hábitos de higiene dental no estaban demasiado implantados y la odontología empezaba a dar sus primeros pasos en la Europa del siglo XII. Aunque se fundaron las primeras universidades como centros docentes eran fundamentalmente teóricas y no contemplaban todavía la parte práctica de la profesión, ejerciendo esta los curanderos y charlatanes que acudían a aprender a los monasterios.

Leonor heredó el riquísimo ducado de Aquitania, se casó con dos reyes, Luis VII de Francia y Enrique II de Inglaterra, y fue madre de otros dos, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Sin embargo, su papel no se limitó precisamente al de ejercer de noble, esposa y madre, sino que escribió poemas, obras de teatro y novelas, organizó espectáculos en los que cantaba e incluso participó en la Segunda Cruzada contra los infieles, adquiriendo un papel relevante en una época en que la mujer estaba relegada en todos los ámbitos.


En medio de un juego de tronos con múltiples implicados, perdió y fue apresada en su intento de huida a Francia, adonde se dirigía a pedir asilo a su exmarido, disfrazada de escudero, algo escandaloso y amoral en la Edad Media. Las tropas inglesas la trasladaron primero al castillo de Chinon y posteriormente la encerraron en la torre de Salisbury, que se convirtió en su residencia habitual durante 20 años. Sin embargo, durante la reclusión mantuvo una actitud positiva y su interés por los problemas de la época. Su curiosidad inteligente y su amor por las letras le salvaron la vida y quizá también su dentadura. Ella misma afirmó que "mientras fuera capaz de escribir, no moriría" pues le alejaba del sufrimiento y de la muerte. Su liberación total llegó en 1189 con 65 años, saliendo fortalecida de la soledad y reintegrándose en política, donde hizo uso de todo lo aprendido durante el confinamiento y recorrió el reino a caballo solucionando los abusos de poder de su esposo.


Alejada de las intrigas políticas, murió con 80 años y hoy permanece enterrada junto a Enrique, su carcelero, en un sepulcro decorado con una estatua que muestra cómo quiso pasar a la historia: leyendo un libro. Y con todos sus dientes.

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