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EL BLOG DE LA CLÍNICA

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  • Foto del escritorDoctora Rodríguez Muñoz

"No somos sacamuelas"

Aunque a finales de la Edad Media los barberos se dedicaban principalmente al lavado, corte y peinado de cabellos o rasurado de barbas, hay informes que constatan que en el siglo XV incorporaron a su oficio la prácticas propias de médicos, dentistas o cirujanos realizando pequeñas operaciones bucales como la sutura de heridas, la apertura de abscesos superficiales, el arreglo de luxaciones y, en especial, la sangría terapéutica (o flebotomía). También extraían piezas dentales pues, incluso en el siglo XVII, la cirugía bucal seguía sin interesar a las autoridades académicas. Por ello, se consolidó la figura del sacamuelas-charlatán callejero que buscaba de pueblo en pueblo captar el mayor número de “clientes” posible. Su existencia se documenta hasta bien entrado el siglo XIX arrastrando una fama no precisamente positiva de engañar al público con falsas promesas y de realizar “sangrías”, lo que colaboró al desprestigio de quienes realmente se dedicaban a la curación dental.

Por ello se ha extendido la imagen de esta placa que, supuestamente, los auténticos profesionales colgaban en sus consultas odontológicas de la España del último tercio del siglo XIX con la siguiente advertencia: “Hemos pagado 200 pesetas de derechos, como ordena el Real Decreto de 4 de junio 1875 y otras disposiciones posteriores, para ejercer nuestro oficio dedicado a conservar la dentadura, curar sus enfermedades y reparar artificialmente sus faltas, habiendo demostrado nuestra habilidad y ciencia ante tres doctores en Medicina y dos cirujanos dentistas. NO SOMOS SACAMUELAS, trajín propio de charlatanes que dan coba para desdentar a los timados”.


Dado que nuestro país, al igual que otros tantos, no tuvo una formación reglada en materia odontológica hasta bien avanzado el siglo XIX, de esta forma quería desmarcarse de los citados “sacamuelas” y “sangradores” pues gracias al Real Decreto de Alfonso XII se estableció la titulación de “Cirujano-Dentista” que preveía la creación de centros académicos donde se formaran los futuros dentistas aunque finalmente se limitó a establecer unos exámenes obligatorios para recibir dicho título. No fue hasta el siglo XX, en 1901, cuando por Real Orden de 1 de marzo se estableció el título de “Odontólogo” gracias a la implicación de la Reina Regente, doña María Cristina de Habsburgo, por la insistencia de un joven dentista de éxito en la capital, don Florestán Aguilar. Esta contemplaba la instauración de los estudios odontológicos en la Facultad de Medicina de la Universidad Central quedando elevada en lo sucesivo la titulación a la categoría de universitaria.


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