La civilización de los Mayas, ubicada en lo que ahora es Centroamérica, fue siempre reconocida por sus grandes logros y avances científicos en disciplinas como la astronomía y las matemáticas, demostrando también amplios conocimientos en arquitectura (no hay más que ver las pirámides gigantes que construyeron sin las herramientas actuales). Pero, además de todo esto, también se adentraron en la odontología, que se extendió por el sur del Yucatán, parte de Guatemala y Honduras entre los siglos IX y III a.C.
Este pueblo que no consumía azúcar y tenía por buena costumbre de lavarse los dientes después de las comidas, consumía una dieta relativamente blanda, muy rica en carbohidratos pero pobre en proteínas y vitamina C, lo que provocó un índice elevado de periodontitis (inflamación de las encías) entre su población. Según los vestigios encontrados, tenían la costumbre de aserrarse los dientes dejándolos como dientes de una sierra, una intervención que realizaban mediante ciertas piedras abrasivas y que denotaba galantería.
Pero si por algún vestigio es conocida esta población es por su capacidad de realizar incrustaciones o mutilaciones dentales con piedras semipreciosas, sin carácter médico. Se cree que sus prácticas odontológicas tenían más un carácter religioso y social, pero sobre todo estético, y su tecnología era notable observando la preparación de la cavidad dental de las piezas a tratar. Para los mayas sus dientes y su sonrisa tenían una gran importancia y denotaba rango social y belleza.
Las formas en que realizaban estas incrustaciones o mutilaciones dentarias eran varias y siempre afectaban las caras proximales y los bordes incisales de los dientes anteriores. El corte que hacían en la parte libre de los incisivos quedaba dividido por escotaduras rectangulares o triangulares con fines ornamentales y religiosos, según las investigaciones de arqueólogos como el danés Franz Bloom, quien afirmó que podían significar el espíritu, la vida o el aliento. También podían responder a ideas mágico-religiosas privativas de las personas de alto rango político o social, pues el mando y el sacerdocio coincidían en la sociedad maya.
El análisis odontológico de estas actuaciones demuestra que eran efectuadas en la persona viva y siempre en piezas anteriores exentas de caries. Realizaban la cavidad con un taladro rudimentario, empleando cuarzo como abrasivo por su dureza. La incrustación podía ser de jade, amatista, hematita, turquesa, cuarzo, cinabrio y pirita de hierro y, finalmente, fijaban la incrustación con un ajuste perfecto a la cavidad mediante un cemento de fosfato de calcio. Todo parece evidenciar que este no tenía mayor poder adhesivo que los utilizados en la actualidad y la incrustación se fijaba por las fuerzas mecánicas resultantes del ajuste al excepcional tallado y no por las propiedades químicas adherentes. Aunque se verían genial con el resultado, el proceso probablemente era muy doloroso, ya que no hay registros de que utilizaran anestesia ni calmantes
Para no quebrar por por completo el diente o dañar sus nervios, los dentistas mayas debían ser muy precisos y el hecho de que pudieran hacer este trabajo tan prolijo demuestra su avanzado conocimiento de la anatomía dental.
Fuentes: Portal odontólogos y Noticias de odontología
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